...en itoiz
Un joven corta los cables de suministro eléctrico de las obras de la presa.
Una historia que se repite
Para cuando leáis estas líneas ya nadie quedará en el valle de Itoiz. Las casas y las cuadras, las iglesias y los puentes, todos los edificios han sido demolidos para evitar que nadie se quede en ellos cuando el agua llegue y lo inunde todo.
Mis padres nacieron en unos valles del norte de la provincia de León, entre Asturias, Cantabria y Palencia, una zona hoy en día conocida por el turismo que atraen los cercanos Picos de Europa. La comarca o montaña de Riaño.
Ellos nacieron en pueblos pequeños, aldeas, de no más de cuarenta casas, donde la gente se ganaba la vida trabajando la tierra, o bien con el ganado, o en las numerosas minas de carbón que horadaban las entrañas de la tierra donde vivían.
Allí el tiempo parecía haberse detenido hace siglos puesto que los avances propios de la época no llegaban si no con cuentagotas, electricidad, teléfono... en invierno era fácil permanecer sin salir de casa durante semanas debido a la nieve que se acumulaba fuera, las cuadras con los animales estaban por ello comunicadas con las viviendas, de diciembre a febrero la comunicación entre los pueblos era prácticamente imposible.
La tierra que les vio nacer era dura, pero era su tierra, donde desde hace generaciones habían vivido y trabajado sus antepasados, es un arraigo difícil de entender para quien ha vivido toda la vida en una ciudad, en un paisaje cambiante y efímero. El sol llevaba siglos asomando y ocultándose por un determinado hueco entre las montañas, abrasando los tejados de las casas durante las mismas horas y proyectando las mismas sombras sobre las calles, el respeto hombre-naturaleza llevado a una convivencia imperturbable al paso del tiempo.
Tendría yo siete u ocho años cuando comencé a oír hablar del pantano, a intuir lo que se avecinaba.
Pocas cosas en esta vida te pueden resultar más tristes e impactantes cuando eres un niño que ver llorar a tu padre, a tus abuelos, cuando ves llorar a la gente mayor el sentimiento más parecido a lo que recuerdo es el de pánico. Yo por mi parte no entendía nada, hablaban de construir un pueblo nuevo, de desalojos, de policías, de escritores, periódicos y televisiones.
El pueblo de Riaño fue tomado literalmente por la Guardia Civil, venían en furgonetas, autobuses, incluso desde Asturias. Mas de 400 efectivos para unos 200 vecinos... Llegaron también unas escavadoras enormes, como las amarillas de “catepillar”, “poclain” con las que yo jugaba siendo un guaje, pero monstruosamente grandes, y la gente comenzó a perder los nervios, comenzaron los derribos, la gente joven subía a los tejados de las casas de sus familias y se encadenaban, lanzaban tejas desde arriba, iniciaban huelgas de hambre.
Recuerdo a mis primos mayores, a mis tíos, a conocidos corriendo, siendo golpeados, saliendo en algunas fotos de los periódicos. Algunos vecinos en plena desesperación quemaban sus casas antes de ver como eran destruidas, otros no pudiendo aguantar la desesperación de ver desaparecer lo que para ellos era su vida, se suicidaron, como el triste caso de Simón Pardo. Era la desesperación de una gente que no había salido en toda su vida de un entorno de unos pocos kilómetros cuadrados entre montañas, y les hablaban de pisos de protección oficial en Palencia, en Guadalajara ...
Recuerdo a un cariacontecido Luís Mariñas presentando el telediario de la uno y sacando imágenes de lo que nosotros mismos estábamos viviendo en nuestros pueblos. Casas ardiendo, derruidas, gente llorando, enfrentamientos con la Guardia Civil, políticos cobardes hablando desde sus cómodos despachos de solidaridad, progreso...
El propio alcalde detenido por resistencia a la autoridad, junto con sus vecinos, políticos, ecologistas y demás gente venida de todo el país en aquel verano del 87. Imanol Arias leyendo un manifiesto en la plaza del que (aunque parezca que le de vergüenza decirlo) fue el pueblo que le vió nacer. Recuerdo el invierno del 87, con los pueblos recién arrasados, temperaturas de veintidós grados bajo cero, la gente deambulando como alucinada por lo que antaño habían sido calles, rebuscando entre los cascotes de las ruinas, yo, agachado, con mi padre y mi abuelo recogiendo las tejas de lo que había sido su casa y la de sus padres y la de sus abuelos, cargando muebles, mesas, sillas, entre barro, hielo y hierros retorcidos.
Todo en una carroceta para llevarlo al pueblo de mi padre, que se habia librado del pantano por encontrarse a una altitud superior a la de los pueblos del resto del valle.
Recuerdos ya más personales y recortes de periódicos, artículos esporádicos, alguna canción dedicada (U2 concierto), compuesta (Celtas Cortos/Riaño vivo) poco más guardo de aquello, no era más que un rapaz al que lo que sucedía le parecía una película. Por eso ahora, viendo Itoiz me duele especialmente. El daño ya estaba hecho desde hace tiempo, el definitivo cierre del embalse no es sino el simbólico final de la pesadilla. El embalse de Riaño fue un proyecto de 1923 que el régimen de Franco durante el periodo desarrollista recuperó y comenzó a mover.
La ley de expropiación forzosa evidentemente en aquella época pocas garantías para los afectados podía asegurar,y aun menos, reclamaciones. El embalse comienza a construirse en una España ya «democrática», pero siempre me quise consolar pensando que de haberse proyectado unos años después esto no hubiera llegado a suceder.
He seguido el caso de Itoiz con una cercanía peculiar, casi como si se tratase de algo propio, realmente hubo un tiempo en que llegué a pensar que conseguían paralizarlo, pero es evidente que no.
Siento lo mismo que sentía él al ver de nuevo esta misma historia repetida.
Me basta con eso para no capitular.
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