...en el corral
Abro la vieja puerta de casa mientras comienzo a escuchar en el exterior, el fuerte goteo de la lluvia al caer al suelo encharcado, desde el tejado del alero. Cruzo el corral dando un primer salto con cuidado para que no me caigan los goterones en la cabeza. Atravieso la línea de goteras como suele sucederme, con un goterón en la nuca. Es como si me abrieran una ventana en la mollera. Mi calzado son unas estupendas botas de “material” con suela de goma súper impermeables. No llevo madreñas, ya soy de esas nuevas generaciones de los nuevos tiempos de los 60 a los que los “adelantos” llegados ya de todas partes, comienzan a hacer la vida más cómoda y facil. Sin querer, es algo que comienza a no dejarnos ver, por no usarlas, la tradición y sus ventajas. Las madreñas comienzan a ser para nosotros una cosa de los mayores.
Después, continuando, para no mancharme de barro mis preciadas botas con suela de goma impermeable (nada menos), paso de puntillas hasta la esquina de piedra del huerto y continuo bordeándolo bien ceñido a las piedras del muro tratando con esmero de no pisar los charcos y el barrizal que reina en toda la calle llamada "Rinconada Redonda". Así, pasados unos 10 metros de máxima concentración antibarro, llego hasta la otra esquina del huerto donde sobresale la acera de la calle grande de “La Redonda”. Cruzo la calle sin demasiados problemas. Ahora está asfaltada. No hace mucho, pues hasta hace poco nunca se la había visto otro fondo del suelo que no fuera el marrón de tierra y barro salvo cuando había riada. Entonces, la calle quedaba como desnuda.
Ya al otro lado de la calle, me arrimo a la pared de la cuadra para evitar de nuevo las molestas goteras y continuo pegado hasta llegar para subirme al alto y estrecho escalón interior de la puerta de la cuadra, a unos pocos metros. A mi espalda frente a la puerta, hay un mar de agua verde y abono que descansa contra en muro de un caserón. Hace años Kiko guardaba ahí sus autobuses. También era un lugar donde se guarecían durantes semanas los pobres que venían a pedir a las casas del pueblo. Se quedaban temporadas. Recuerdo una familia con un niño muy alegre que solo decía una palabra: “akotaya”. Nos hicimos amigos de el, y akotaya le llamamos.
Ya al otro lado de la calle, me arrimo a la pared de la cuadra para evitar de nuevo las molestas goteras y continuo pegado hasta llegar para subirme al alto y estrecho escalón interior de la puerta de la cuadra, a unos pocos metros. A mi espalda frente a la puerta, hay un mar de agua verde y abono que descansa contra en muro de un caserón. Hace años Kiko guardaba ahí sus autobuses. También era un lugar donde se guarecían durantes semanas los pobres que venían a pedir a las casas del pueblo. Se quedaban temporadas. Recuerdo una familia con un niño muy alegre que solo decía una palabra: “akotaya”. Nos hicimos amigos de el, y akotaya le llamamos.
Para poder abrir la puerta debo mantener el equilibrio agarrándome un poco a una grieta en una moldura de la puerta. Abro así el cuarterón (ventana parte superior de la puerta) desenrollando la cuerda de alpaca de una punta clavada en el marco, introduzco entonces el brazo por el cuarterón y saco el pasador de madera que cierra la puerta. Empujo la puerta con fuerza con el pie no sin oposición mientras suena un estruendo por el roce. Dentro, la temperatura es cálida y en sus pesebres están la Linda, la Redonda, y la Cachorra con un “jatín” recién parido hace días. Todas me miran y la gocha gruñe en el cubil en una esquina de la cuadra. Cojo un “brazao” de salgueras secas para atizar la lumbre (de esas que todos los años al final del verano mi padre nos hacía coger en el “Soto Abajo”) y vuelvo sobre mis pasos no sin complicaciones para cerrar la puerta sin que se me caiga la leña al suelo, lo que complicaría seriamente las cosas. Agarrándome a la moldura y de costado para poder sujetar bien la leña, intento hacer la maniobra de cerrar la puerta y el cuarterón. La primera bien pero al cerrar el cuarterón con la cuerda me desplazo un poco hacia fuera y un pie se desliza del escalón al suelo…con un acto reflejo intento coger con la otra mano la leña y entonces me desequilibro y toda ella se va al suelo con mis dos pies metidos en el "pastel" de abono…
Ya en la cocina de casa, con el camino desandado y las botas secando, un niño se seca al calor de la lumbre mas o menos satisfecho por haber hecho lo que hasta ese día era para el, una cosa de mayores. La próxima vez, dejaré el cuarterón abierto.
El día en que yo nací, ese momento, no lo recuerdo pero,
mi infancia entre calles de nieve y barro,
esos recuerdos, si que los tengo.
Mi pueblo no es otro, que el que ya no tengo.
Se llamaba Riaño.
El pequeño de Agapito y Nati
Fotos familia 1966 y 1972
RIAÑO VIVE
Plataforma por la Recuperación del Valle de Riaño
Plataforma por la Recuperación del Valle de Riaño
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