El Valle, visto desde "la Cudilliella".con La Corván, el Rio Grande y parte del Campo San Miguel a su izquierda.
Embargado de emoción, bajo la pindia escalera de casa, mientras contemplo la luz de la mañana que penetra entre las sombras del pequeño portal. Es 9 de Agosto en el calendario y hoy cumplo nueve años; mis amigos ya me esperan jugando en el corral. Veo sus pies moverse bajo la pared que delimita mi vista y experimento entonces una satisfacción especial; algo que siempre vivo cuando vienen a buscarme, y ese día no se por que, lo recuerdo aun más. Entre tebeos y bicicletas varias, el corral de casa en verano es como una especie de ludoteca libre. Cuentos de héroes aventureros como los del "Capitan Trueno", el "Jabato"; y otros menos “serios” como “Mortadelo y Filemón” o “la Rue del Percebe”, "Zipi y Zape"..., como también los cromos repes de la colección de “Vida y Color” circulaban por las manos de los niños del barrio que se acercaban por allí. Hoy tampoco he conseguido el "cabeza osea de lado" que a tantos parece que nos falta. Cuando acaban de leer los tebeos, los dejan de nuevo en el tambor de detergente de “Dixan” donde los guardamos. El coleccionista es mi hermano Antonio. Yo solo aprovechaba la atracción literaria para poder intercambiar la bici de alguno, por el tiempo de lectura; pues no tuve bici propia hasta entrada la adolescencia. Esta mañana de agosto no recuerdo si desayuné. Creo que fue como otros días aunque más rápido, un buen tazón de leche migada de la “Linda” (nuestra vaca). Enseguida, junto con el grupo de amigos, salimos del corral en busca de la aventura que teníamos planeada. Hoy subiríamos la Pico La Corván. La montaña enorme que preside a cada momento, el horizonte de nuestros ojos delante de casa. Estaba llena de pinos y nos parecía por ello, casi inexpugnable pero aun así, estábamos decididos a subirla.
Salimos ya del pueblo, en el lugar llamado “Resejo”, una campera que lindaba con las últimas casas y con el río al otro lado. Llegamos al río y como no, nos entretuvimos divirtiéndonos al cruzar sus aguas por el pontón de un tronco de madera de chopo y piedras pasaderas que se construía cada año en este paso, por y para las gentes del pueblo. Era muy divertido correr sobre el tronco y saltar entre las piedras en medio del agua en marcha; y ese día no lo fue menos. Ninguno de nosotros cayó al río esa mañana. Nada más cruzar, a pocos metros, se encontraba el pico de la “Corván” y a sus pies, a la derecha de donde nos encontrábamos, el “Campo San Miguel”. Este, era un reciente descubrimiento que nos había encantado y hacia el nos dirigíamos ahora entre una “urbe” de tiendas de campaña de veraneantes que nos resultaba incómoda por ocuparnos un gran espacio. Espacio que ya comenzábamos a disfrutar enormemente durante casi todo el año. Intentamos pasar desapercibidos caminando por el canal de riego de hormigón que bordeaba con los pinos por detrás de las tiendas. Hasta llegar a la mitad de la montaña según nuestros cálculos, que habíamos realizado mirando la montaña desde lejos unos días antes.
Comenzamos la ascensión entre los pinos pasando por una especie de manto de hierba alta como amontonada y repisada por los campistas. Luego, nos encaramarnos entre arbustos que no nos dejaban ver nada, haciendo la subida difícil y pesada. Comenzábamos entonces a conocer lo hostil que puede ser la montaña al acabar por momentos, enzarzándonos entre sus espinos y sentir sus punzadas en nuestras tiernos cuerpos. También en forma de picaduras de hormigas rojas que nos atacaban sin piedad, al pisar y revolver sus nidos con palos sin darnos cuenta de las consecuencias.
Después de mucho esfuerzo y sin tener ni idea de donde estábamos, llegamos a donde ya no se podía subir más. Un lugar sin estorbos y descampado. Seguro, era la cima. Todos orgullosos estábamos, pues lo habíamos conseguido. Habíamos subido al “Pico la Corván”. Contentos por la nueva conquista, bajamos con nuestros pantalones cortos y nuestras piernas y brazos magullados, sin mayores altercados, camino ahora de casa; pasada de largo ya la hora de comer…por lo menos esta vez, no íbamos mojados.
Saludos, ...y calderos.
** fonso,
el pequeño de Agapito.
Fotografias de Antonio G. Matorra y Eva Alvarado
RIAÑO VIVE
Plataforma por la Recuperación del Valle de Riaño
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