Riaño Vive...en el siglo XXI
De vuelta a casa al atardecer, con "la becera" del pueblo. |
Calles vacías
La vida en un pueblo de montaña tiene muchos
alicientes y en Riaño (León), nos atrevemos a decir, tenía su máxima expresión.
Un lugar maravilloso donde todo lo vivido cobraba una especial dimensión. Su
generosa Naturaleza, la belleza sublime de sus infinitos lugares, el carácter
de su paisaje y su paisanaje, hacían de Riaño para quien lo descubría, un lugar
inolvidable, de donde si alguna vez te vas, volver. Las vivencias y experiencias
de Riaño, parecen siempre ir en consonancia con la intensidad del relieve de
sus omnipresentes montañas, que serán siempre aunque no aparezcan, el
inevitable decorado de cada uno de esos momentos; que al ser recordados ya son
recuerdo. Cada momento vivido en esos lugares, lleva el aderezo intenso de la
Naturaleza, quedando impregnado para siempre en el subconsciente de cada uno,
como haciendo presa de tus sentimientos. Un denominador común de todos los que
tenemos algo que contar sobre Riaño.
Riaño, todo un mundo de sensaciones, por un sencillo
recuerdo...por lo que hablar de Riaño, de la montaña de Riaño, hoy, es mucho más que eso.
Mi infancia son recuerdos de un corral entre viejos muradales...
Y llegados aquí, reflexionando en este momento que nos permite mirar el horizonte humano a través del tiempo, debo suponer, que la libertad que viví, que vivimos, en nuestra infancia y tierna juventud, es algo que difícilmente pueden experimentar hoy los niños que andan por nuestras calles. La gran mayoría, pasan sus horas del día entre cuatro paredes o entre el cemento de los muros y calles de la ciudad. Y esto es algo comprobado, pues lo vemos cada día de cerca con nuestros propios hijos. En el caso de los niños que habitan en lo que hoy se considera mundo rural, tampoco su relación con el medio que les rodea es el mismo que hace 30-40 años tuvimos, pues ya no existe esa forma de vida de convivencia estrecha con las personas y los recursos. Recursos que suponían a su vez, a través del duro trabajo, el sustento de cada familia. Hablo del gocho, de las vacas y el carro, de ir a hierba bajo el duro sol de las tardes de verano, de las patatas de la tierra, de las cebollas del huerto… de tantas cosas que significaban el día a día en un pueblo de montaña de verdad. Escenas inolvidables para nosotros, que fuimos los últimos niños en poder vivirlas y compartirlas. Algo muy distinto es lo que hoy se vive en nuestros pueblos, arrastrados, o engullidos, por el torbellino del progreso que en poco tiempo, de alguna forma, les ha hecho perder su sentido por todo lo viejo que atesoran. Por lo que fueron concebidos; ahora ahogados, desorientados; al abandono, relegados.
De comida familiar en "las cocinas del campamento". Verano de 1975 |
Y llegados aquí, reflexionando en este momento que nos permite mirar el horizonte humano a través del tiempo, debo suponer, que la libertad que viví, que vivimos, en nuestra infancia y tierna juventud, es algo que difícilmente pueden experimentar hoy los niños que andan por nuestras calles. La gran mayoría, pasan sus horas del día entre cuatro paredes o entre el cemento de los muros y calles de la ciudad. Y esto es algo comprobado, pues lo vemos cada día de cerca con nuestros propios hijos. En el caso de los niños que habitan en lo que hoy se considera mundo rural, tampoco su relación con el medio que les rodea es el mismo que hace 30-40 años tuvimos, pues ya no existe esa forma de vida de convivencia estrecha con las personas y los recursos. Recursos que suponían a su vez, a través del duro trabajo, el sustento de cada familia. Hablo del gocho, de las vacas y el carro, de ir a hierba bajo el duro sol de las tardes de verano, de las patatas de la tierra, de las cebollas del huerto… de tantas cosas que significaban el día a día en un pueblo de montaña de verdad. Escenas inolvidables para nosotros, que fuimos los últimos niños en poder vivirlas y compartirlas. Algo muy distinto es lo que hoy se vive en nuestros pueblos, arrastrados, o engullidos, por el torbellino del progreso que en poco tiempo, de alguna forma, les ha hecho perder su sentido por todo lo viejo que atesoran. Por lo que fueron concebidos; ahora ahogados, desorientados; al abandono, relegados.
Calles vacías, donde en algunas de sus casas solo se
aprecian puertas cerradas, con grandes portones de madera algunas; como tapias sobre
ellas apoyados, que parecen decirte a gritos, ¡NO ESTAMOS! Algunas casas
arregladas y otras, del todo abandonadas, caídas, derrumbadas, con las tejas
colgando sobre lo que fue su morada y las viejas y oscuras bigas empinadas,
sobresaliendo del caserón como estandartes de la nada. Es la atmósfera de un pueblo donde
se respira el aire humano de la dejadez y el desarraigo, curiosamente, más acentuado entre quienes en él
“sobreviven”. Un pueblo enfadado consigo mismo, parece. Desordenado, sucio y
destartalado, sin el menor atisbo de mimo o cuidado. Como un vagabundo de su
vida hastiado. Que ironía, de los tiempos pasados de duro trabajo, de calles de
barro, en los que la vida compartida humilde y sencilla, bullía en nuestros
pueblos; que ha dado paso a solitarias calles de adoquines y asfalto, donde sus
ausentes hoy, moran entre grandes bloques de hormigón y ladrillo, como ocupando
en ellos ya, resignado, su propio nicho. En un mundo urbano repleto de soledad, dificultades …y
gente, en muchos casos, malviviendo.
¿Qué hacer para renacer? ...no olvidar, para comenzar.
Calles vacías, cubiertas de asfalto y adoquín, donde
las boñigas ya no adornan el suelo, ni su hedor impregna el aire del pueblo. Calles
de barro, borradas de la faz de la memoria, por eso que dicen, “son otros tiempos”, de
lo que antes fueron Pueblos.
Calles vacías, de pueblos destruidos como pueblos por una estúpida amnesia colectiva de sus propios naturales. Pueblos y lugares que fueron construidos a sí mismos a través del tiempo; de días
y días de acarrear por duros caminos, …hoy parecen haber perdido su
sentido, y navegan por mares en los que no pueden marcar su
propio rumbo. Incapaces de ser dueños de su destino, culpables de nada y culpables
de todo, pero sobre todo; de haber
vendido su esencia al poderoso caballero, don dinero. Caminando a la deriva por una senda incierta donde
solo la naturaleza que les rodea y les vio nacer, parece seguir su propio curso; reclamando de nuevo su espacio arrebatado, y borrando las huellas de los viejos hombres, a su paso .
¿Qué hacer para renacer? Mucho amor y !calderos de alegría!
Riaño Vive.
Plataforma
por la Recuperación del Valle de
Riaño
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